lunes, 27 de julio de 2009

El muro amarillo color vomitada.

Ayer, como un domingo cotidiano, acudí religiosamente a una de mis pasiones favoritas: Jugar al futbol. Sin esperar más que diversión y alentado por una extraña locura que me vuelve niño siempre. Huí de casa y acudí a mi templo sagrado en el que competimos dos equipos en una épica batalla deportiva; al final, salimos tablas: empatamos cero a cero.

Hoy, entre los saldos del empate no puedo levantar mi pierna derecha, ni retraer la rodilla, y mucho me temo que estaré fuera de servicio más de una semana. Adiós a los malabares y cortejos de apareamiento acostumbrados… por el momento…

En el fragor de la contienda, lastimé mi abductor del muslo derecho. Las fibras musculares de mis piernas me recordaron que la edad no pasa en vano y que "la grulla", Daniel San y el señor Miyagi, son sólo imágenes que guardo en la memoria.

Después de abanicar la pelota en un tiro cruzado, de izquierda a derecha, el pasto húmedo y el balón resbalaron sobre mi pequeño pie derecho, con el cual fue imposible contactar contundentemente con el balón. De inmediato, sentí que me quemaba la parte superior interna de mi pierna, un pequeño y certero desgarro. Por la tarde, una dosis de agua de cebada y lúpulo amargo bien helados, y los goles de la selección, anestesiaron mi cerebro e ignoré el dolor. Pero hoy es diferente, les prometo que es diferente.

A pesar de ese dolor y del empate de mi equipo, en perspectiva, nuestro juego no fue aburrido.

El equipo contrario, para fines prácticos "los de blanco", a pesar de su jerarquía, de su experiencia y de su poderoso medio campo, se colgaron del travesaño. Utilizaron la estrategia del murciélago: todos, los 10 junto al portero amarillo, se colgaron del horizontal y no pudimos asestar un solo tanto. En 90 minutos de partido efectivo, solo hicieron 3 disparos de aproximación a nuestra meta. Mostraron desesperación, cansancio, gritos, faltas inexistentes y artimañas. Esa fue su forma de juego.

Para nuestro modesto equipo "los de color", en su mayoría jóvenes noveles que apenas pisan el pasto sagrado (excepto yo), fue gratificante replegar en todo instante a nuestro rival. Sin embargo, no pudimos ganar, no incrustamos la bola en la portería. Desbordes por izquierda, por derecha, llegadas por el centro, en pared, remates de cabeza; muchos intentos y ningún acierto. Un poste, mi desgarro en el abductor, y múltiples rechazos del muro amarillo "color vomitada" fueron la respuesta. Literalmente, el portero del equipo blanco, vomitaba, escupía la pelota.

Ayer, como un niño siempre que recurro al balón de futbol, sobre el pasto, con mi equipo, y por obra y gracia de ese implacable muro amarillo “color vomitada”, no ganamos, no perdimos, pero igual nos divertimos…


Leo Miyagi San
leonardo.alvarez@prodigy.net.mx

No hay comentarios.: