sábado, 20 de noviembre de 2010

Precios y combustibles

Al mes de noviembre los principales indicadores macroeconómicos apuntan que México recupera terreno perdido. En términos netos se espera que la economía crezca entre 4.5 y 5% durante 2010, gracias a que Estados Unidos pudo recuperar cierto nivel de producción. Es decir, nuestra recuperación es externa.



Sin embargo, tal como lo hemos explicado no pocas veces, este porcentaje lo único que nos indica es que, respecto a 2009, el peor en desempeño económico de los últimos 15 años, recuperamos terreno “apenas” regresando al nivel de crecimiento previos al cierre del año 2008.


Lo grave del asunto es que ésta recuperación está anclada al comportamiento de las variables externas de las que dependemos en grado superlativo, les hablo del tipo de cambio, remesas, exportaciones manufactureras, turismo y precios del petróleo; variables que no dependen de nosotros.


México requiere urgentemente cambiar ésta dependencia económica de variables exógenas a su influencia. Sobre todo hoy que el país y los gobiernos estatales se jactan de haber logrado un presupuesto “justo”, con 10% de incremento general.


Sin modificar la base impositiva y sin una reforma fiscal de fondo; dependemos aún más del comportamiento del tipo de cambio (entiéndase dólar) y de los precios del petróleo. Eso sí, los Diputados y el Poder Ejecutivo están felices de haber logrado mantener intactos los impuestos, pero esto es de carácter temporal y nadie asegura que estas variables permanecerán conforme se presupuestaron al 15 de noviembre del presente año.


El asunto de fondo es que la política fiscal para 2011 será aún más restrictiva: los impuestos se mantienen igual y las tarifas y precios del sector público seguirán en aumento (gasolinas y combustibles). Al mes de noviembre, llevamos 11 aumentos consecutivos en los precios de la gasolina, lo que ha impulsado de forma directa la expectativa de precios de todos los productos y materias primas, al grado de llegar, en noviembre, a un registro de 3.9% en la inflación acumulada de 2010, es decir, un desfase de 1% respecto de la meta de Banco de México de mantener la inflación en 3%. Estos números no abonan al discurso optimista de nuestras autoridades.


En realidad, la producción y el consumo doméstico no repuntan, y los aumentos escalonados al precio de los combustibles --que forman parte de una estrategia de política fiscal-- y que se mantendrán en 2011, tampoco están contribuyendo en mejorar la productividad y la competitividad de nuestro país. El anuncio de fondo es que la política fiscal para 2011 será aún más restrictiva.


Sin modificar la base impositiva y sin una reforma fiscal de fondo; dependemos aún más del comportamiento del tipo de cambio (entiéndase dólar) y de los precios del petróleo. Un panorama futuro muy incierto.



Leonardo Alvarez

De la Revolución a la Globalización

Prácticamente estamos celebrando ya los 100 años del inicio de nuestra Revolución Mexicana. Para los optimistas, afines al régimen de la Revolución, esto es un enorme logro y tenemos mucho que festejar. Para los pesimistas, como yo, a cien años de historia, no tengo mucho entusiasmo por el futuro.

Es cierto que gracias a la Revolución Mexicana se logró consolidar un país con instituciones. No tendríamos IMSS, Infraestructura, PEMEX, Comisión Federal de Electricidad… No habría héroes como Madero, Carranza, Zapata o Villa.

Producto de la Revolución Mexicana es el enorme desarrollo y estabilidad logrados a partir de 1940 hasta 1970. Pero si este logro lo analizamos con lupa, detrás tenemos un crecimiento exponencial de 0 a 100, en todos los rubros, porque se construyó nuestro país de la nada.

¿Y qué pasó a partir de la década de 1970?

Llevamos 40 años viviendo de festejos del pasado. Añorando el pasado, como si lo de antes hubiera sido mejor. Y ese hubiera, hoy, no existe. Vivimos el siglo XXI estancados, rememorando a nuestros héroes pero dejando escapar valiosas oportunidades para el futuro.

En pleno siglo XXI, con instituciones que se dicen sólidas, y con más de 100 millones de habitantes, el país al que quiero festejar difiere en mucho del ideal posible.

De la Revolución a la Globalización, hoy, en el IMSS y en el ISSSTE sus pasivos son mayores que sus activos.

Hoy, PEMEX, seguramente funcionaría mejor con la mitad de sus trabajadores.

Hoy, gracias a un sindicato poderosísimo incrustado en el poder, no sorprende a nadie que los jóvenes mexicanos sean convertidos en inútiles mediante un sistema educativo que reproduce el autoritarismo, y utiliza la repetición como mecanismo destructor de toda creatividad y pensamiento crítico.

Ahora mismo, al escribir este texto, se festeja como un verdadero logro aparecer en tercer lugar mundial en recepción de remesas; es decir, somos el tercer lugar mundial en recibir dinero de nuestros migrantes (22,600 millones de dólares anuales), solo por detrás de India 55 mil, y China 50 mil mdd.

Esto significa que por no tener oportunidades en nuestro país, miles de mexicanos trabajan de sol a sol en Estados Unidos y envían dólares para que subsistan sus familias. Yo pregunto ¿Esto es producto de la Revolución?

De la Revolución a la Globalización, yo digo que nos hacen falta miles de caudillos como usted, como yo, como todos los que añoramos un mejor país, que desde nuestras trincheras obliguemos a nuestra clase política siniestra a tomar mejores decisiones.

¿Dónde está el PRI que sí sabe gobernar? ¿Dónde está el cambio de Acción Nacional?

De la Revolución a la Globalizción, hoy, el 10% de las familias más ricas de México son dueñas del 80% de la riqueza que se produce en el país. Lo que nos coloca entre los países más desiguales del mundo.

Hoy, a cien años de historia, no tengo mucho entusiasmo por el futuro. ¿Y usted?


Leonardo Alvarez

jueves, 18 de noviembre de 2010

Legalizar o no legalizar las drogas

La naturaleza de esta discusión debe hacerse en dos vertientes: como libertad individual y como un problema de política pública.

Respecto a la libertad individual, al prohibir el consumo de droga estamos utilizando argumentos dogmáticos, moralistas y religiosos para prohibir una acción que es estrictamente de índole personal.

Así como un individuo decide tomar alcohol, fumar, ir al cine, profesar el catolicismo, o comprarse una motocicleta en vez de un automóvil, el consumo de drogas forma parte de una discusión económica; es decir, de oferta y demanda, en la que los juicios morales no interfieren.

Prohibir el consumo de drogas es tan absurdo como pretender que el estado impida la fabricación y venta de motocicletas, porque el índice de muertes en accidentes es prácticamente del 100% respecto a cualquier automóvil. Lo que se genera con la prohibición, al ser un negocio inagotable donde hay vendedores y compradores dispuestos, es un mercado negro que incrementa los costos de los consumidores y las ganancias de los vendedores.

Dicho de otra forma, la demanda de drogas es un mercado inelástico, como el de los combustibles. Si se incrementan los precios, la demanda se mantiene por que operan en mercados de bienes necesarios o básicos. Al incrementarse el precio de la gasolina, quizá usted decida no usar un vehículo V8, pero no dejará de usar automóvil. De la misma forma, los consumidores, al prohibirse o incrementar los controles y castigos sobre ciertas sustancias ilícitas, es probable que adquieran otras sustancias más baratas y de baja calidad, incrementándose los daños colaterales.

¿Qué es lo que sucede cuando las autoridades decretan un horario límite para vender alcohol?

Se genera un mercado negro en el que aparecen las ventanas clandestinas y aumentan los costos que sirven para comprar la protección de las autoridades. Lo dicho, es una fuente de recursos inagotable y una forma de vida para toda la cadena de producción-venta-consumo-protección de mercados negros.

Ahora bien, al tratar este asunto como un fenómeno de política pública, el estado debe intervenir considerando –primero- aspectos socio-demográficos, históricos y geográficos; concretar después, acciones en salud, prevención, justicia y legalidad; es decir, que genere un marco legal e institucional que nos brinde seguridad. No debe utilizar a la policía y al ejército y marina como guerra frontal porque lo que se produce es precisamente lo que estamos viviendo: muestras de poder cada vez más agresivas, contundentes y precisas de uno u otro lado. Y el estado y la fuerza pública no pueden luchar contra un enemigo que no es habitual y que está por todas partes. Que no tiene rostro.

De acuerdo a la estrategia actual de combate frontal los resultados son desastrosos. No sólo se están desperdiciando importantes recursos del estado al combate contra el narcotráfico, sino que se ha incrementado la inseguridad y el bienestar de la sociedad, y la economía de buena parte del país está deshecha; además, por si esto fuera poco, aparecen nuevas formas de violencia y delitos: secuestros, extorsiones, robo, venta de protección, cobro de derecho de plaza, entre otros.

• A la fecha, van 30,000 muertes asociadas directamente con el trafico de drogas; incluidos civiles y delincuentes.


• El presupuesto federal asociado directamente a la Policía Federal y al Ejército para el combate aumentó en 80% desde que se inició el sexenio. Se cuadruplicó. La rentabilidad social de estos recursos lejos de verse reflejada en nuestra economía, la han empeorado:


• Si el efecto de la crisis financiera de Estados Unidos hizo que nuestra economía retrocediera 6.5% en 2009, por efectos de la violencia e inseguridad, es probable que tardemos aún más en recuperar el terreno perdido.


• La inversión extranjera en zonas fronterizas prácticamente desapareció: Cayó a niveles de 1995: Tijuana, Ciudad Juárez, Nuevo Laredo, por citar solo tres ejemplos.


• El PIB asociado al turismo también cayó entre 2008 y 2010 un 8%. Existe un boletín internacional que nos mantiene con estatus de país violento.


• En términos de empleo, de acuerdo a estimaciones de Man Power (2009), hay 550 mil personas que subsisten del negocio de la droga. Amén de la corrupción. Ese número de empleos equivale a los que perdimos en empresas legalmente establecidas durante 2009.


La pregunta es: ¿Debemos discutir en México la legalización de las drogas? Mi respuesta es que sí es crucial discutirla, independientemente de lo que suceda en Estados Unidos.


Dos son los argumentos centrales. El primero es el enorme desperdicio de recursos públicos que se destinan al combate al narcotráfico, en una guerra que es imposible ganar. El segundo, que en mi opinión es el más importante, es el respeto a la libertad individual. Que individuos consuman drogas no genera un problema significativo que amerite su prohibición. Legalizar las drogas y utilizar los recursos públicos en programas educativos de prevención, sería más eficiente que lo que ahora se está haciendo.