viernes, 7 de agosto de 2009

El domingo, la fiesta fue multicolor…

Los de blanco han menospreciado sistemáticamente a los de color por su juventud y su frágil y pequeño aspecto físico –yo no cuento en la estadística de juventud-, y a pesar de sus marrullerías, le pusimos el color a la casa, de nuevo. Tres dianas contra una.

Porque jugamos en equipo y con el corazón…

Además, creo que el subtítulo de esta crónica debería ser: ¡¡Fue foul, árbitro! ¡¡Fue foul, de Emilio, yo lo vííí!!!...

-Pero si no ves nada-. Dirán mis amigos y detractores.

Gracias a mi ceguera no veo los fouls: los huelo, los intuyo. Y es cierto, ante la circunstancia de mi oscuridad visual, he aprendido a saborear un gol y a escuchar cómo se siente un pase antes de enviarlo.

Quizá esa sea la virtud más grande de mi equipo: convertir en fortaleza la debilidad. Es el arte del engaño. Eso provoca que antes del juego nos vean como seres débiles e insignificantes.

A decir de muchos, por ejemplo, soy un enano eléctrico y cegatón. En medio del campo, de tan pequeña estatura parece que siempre estoy muy lejos, pero siempre ocurro primero por la pelota.

Se equivocan de a madre quienes creen que las medidas físicas y los índices de velocidad y de fuerza determinan la eficacia de un jugador de futbol, como también se equivocan quienes creen que los tests de inteligencia tienen algo que ver con el talento, o que existe alguna relación entre el tamaño del pene y el placer sexual. No, no, no, no… En el futbol, la habilidad es más determinante que las condiciones atléticas, y en muchos casos, la habilidad consiste en el arte de convertir las limitaciones en virtudes.

Hace tiempo, formé parte de un equipo en el que el mejor mediocampista era gordito, dudo que tuviera la capacidad de trotar por más de 5 minutos consecutivos. Además, entre tiempo y tiempo se fumaba un cigarro marca “Alitas” o “Luchadores”. Su lugar era exactamente en el centro del campo, como orquestador del equipo; no corría a cien por hora, en absoluto; pero si le llegaba el balón, lo guardaba entre sus pies como ninguno, y lo mejor, tenía el toque tan preciso que sus diagonales eran tales que solo te invitaban a tocarlas una sola vez, y siempre hacia la red. ¡¡¡Que manera de pensar con los pies!!!

En ese grupo aprendí que la virtud más grande es jugar con el cerebro y en equipo, pero también con el corazón. Eso es lo que les faltó el domingo a los de blanco.

Leo, el enano eléctrico.

1 comentario:

Perfil dijo...

Leo, muy bueno. Sólo una cosa: mi pésame para Rebeca