viernes, 23 de abril de 2010

La credibilidad de las encuestas.

En todas las competencias políticas modernas se presenta la discusión sobre las encuestas confiables en épocas preelectorales. Durante años se ha argumentado a favor o en contra de su pertinencia, su metodología, su influencia, la necesidad de regularlas y muchas otras cosas que han contribuido, y mucho, a desarrollar un mercado de especialistas cuyo tamaño depende de la demanda en cada país o estado.



Los actores políticos llámense funcionarios, partidos o candidatos, las usan en menor o mayor medida y las consideran, cuando saben hacerlo, como termómetros de la opinión, pero no siempre las aceptan, sobre todo, si no les son favorables.


Con el tiempo, algunas firmas y algunos encuestadores construyen un prestigio que basan no en un solo resultado exitoso sino en un largo período de investigaciones serias donde muestran su capacidad para pulsar la opinión con investigaciones estadísticas. Éstos investigadores van entrando poco a poco, en una categoría de “confiables” ante los medios de comunicación y los políticos.


Sin embargo, de forma paralela a las campañas políticas, encuestadoras serias y de poco prestigio, junto con políticos y estrategas de campañas, producen tres situaciones por la que normalmente pasa una campaña política por el adecuado o mal uso de las encuestas, y siempre, se deriva de la forma en la que los políticos que van perdiendo las utilizan para crear confusión y, luego entonces, intentar desestabilizar la opinión pública. Estas tres situaciones son: 1) Guerra de encuestas; 2) Periodo de Confusión; y 3) Período de coincidencia.


La guerra de encuestas inicia cuando el candidato que va perdiendo y su equipo, no aceptan los resultados de una encuesta publicada. En su desesperación por contrarrestar la opinión pública usa datos de empresas no confiables, que en el sector de la estadística se denominan “fantasmas”, porque salen de la nada y de las que no se conoce trayectoria, experiencia, fuentes, metodología y, normalmente, nuca son presentadas por el director o dueño de la casa encuestadora. En el mejor de los casos, son presentadas por el vocero del partido que se ve afectado en las votaciones, sin un documento formal y una estrategia compacta.


Un período de confusión se refiere a situaciones en las que, aparentemente, los resultados de encuestas generadas por empresas confiables no coinciden. En esta etapa cuenta mucho la fecha, el momento, las circunstancias y la forma en que son levantadas las encuestas; sin embargo, si son empresas serias y con estándares metodológicos científicamente aceptados, se pueden comparar entre sí y, normalmente, tienden a estabilizarse conforme avanza la campaña. Hay que acotar que este periodo de confusión no es lo mismo que la “guerra de encuestas”, porque en la medida que se avanza en la contienda, tienden a coincidir sus resultados por las series de tiempo que van unificando; incluso, agregando los resultados de elecciones anteriores. Las empresas poco serias, en cambio, no mantienen registros anteriores y tampoco pueden realizar comparaciones con los resultados electorales previos ya que carecen de bases de datos o series de tiempo históricas.

El periodo de coincidencia es cuando todas las encuestas marcan resultados similares e indican escenarios con alta probabilidad de ocurrir. Es a lo más que llegan las encuestas, sólo como generadoras de “escenarios probables”. Podemos decir que en este momento la discusión pasa a otros niveles: se debaten los resultados de un tipo de gobierno, de una política pública y se tocan temáticas que van desde los problemas más importantes por los que atraviesa el país, hasta la problemática local. A estos niveles se debaten los “porqués” y los “que sigue”. Es en este horizonte de la contienda cuando los candidatos deben asumir la realidad, porque es cuando se acercan las elecciones.


¿Cómo intentar producir un estado de confusión? Para los políticos es muy atractivo intentar pasar de un ambiente estable a uno de confusión, sobre todo, cuando van perdiendo; para ello, utilizan tres tácticas: 1) Presentar encuestas falsas o de empresas con poco prestigio; 2) Reconocer sólo como buenas las encuestas más favorables, así sea sólo una; y 3) Atacar la personalidad, moralidad o ideología del encuestador.


Por una parte, al exponer encuestas falsas o de poco prestigio, entramos en una guerra de encuestas, que normalmente no tiene éxito gracias a que los medios han aprendido a distinguir las marcas buenas de las malas. Por otro lado, reconocer solo una encuesta buena y atacar al encuestador “malo” es un intento de desviar el debate a la moralidad y a la ética de los encargados de hacer encuestas y no al punto central, que es verificar si las encuestas están reflejando la realidad. ¿Los estrategas de campaña están pendientes de los temas importantes o de lo que haga o diga el encuestador? ¿Y la campaña? ¿Y las propuestas? ¿Y los indecisos?...


Es necesario aceptar que la sola lectura de la nota metodológica que incluye cada estudio y que afirme cumplir el código de ética (www.esomar.org) o las leyes electorales vigentes (www.ife.org.mx ), no resuelven el problema; la desconfianza sobre la validez de una encuesta se traslada en forma natural a su metodología, que siempre debe basarse en la guía para leer y realizar encuestas que difunden organismos como WAPOR, ESOMAR y AMAI.


La realidad es que para verificar cuando una encuesta es de calidad, aún y cuando la nota metodológica sea explícita y en aparente acuerdo con estándares estadísticos científicos, debe ser, siempre, acompañada del prestigio del encuestador o empresa encuestadora que se pone en juego cada día y siempre está en constante construcción.


Si esa persona o empresa tiene buen prestigio, la encuesta es creíble; si quien plasma su firma o presenta los datos es conocido y tiene una buena reputación en el medio, es confiable; incluso, el medio en el cual es difundida la encuesta también se juega su prestigio; así que la confluencia de prestigios persona-medio le da el carácter de verdadero-falso a una noticia. No es posible juzgar a detalle cada encuesta publicada pero sí podemos clasificar a encuestadores y empresas según su trayectoria y su prestigio.


En todas las competencias políticas modernas se presenta la discusión sobre las encuestas “confiables” en épocas preelectorales. Una guerra de encuestas inicia cuando el candidato que va perdiendo y su equipo, no aceptan los resultados de una encuesta publicada. La mejor manera de evaluar la calidad de una encuesta es verificando el prestigio y reputación del encuestador, y del medio donde se publica. La confluencia de prestigios persona-medio le da el carácter de verdadero-falso a una noticia.

Leonardo Alvarez
 
 
Texto basado en recomendaciones de la Asociación Mexicana de Agencias de Investigación de Mercado (AMAI), http://www.amai.org/; la  European Society for Opinion and Marketing Research (ESOMAR), http://www.esomar.org/; y de empresas como Consulta Mitofsky; Berumen y Asociados; y de la legislación vigente en: www.ife.org.mx.

1 comentario:

Anónimo dijo...

sedebe de desconfiar de todas las encuestas,apartir del 04 julio 2010 se vio la realidad de las casas encuestadoras y sus encuestadores de mayor prestigio no solo se equivocaron en los resultados ,aun se atreven a defender sus resultados por multiples razones que, quien conoce de este ejercisio .Esto fue como lo llama maria,roy fueron cuchareadas o como dicen algunos de menor prestigio chocolateadas y para la gente comun y corriente fueron INVENTADAS ,FALSEADAS,Osea que fue un fraude ,las casas encuestadoras ,hablan de un marge de error que si la muestra cientifica es correcta o no.PERO NUNCA SABEN DE DONDE SALEN ESOS DATOS QUE PROCESAN Y ANALISAN