Algo
debe saber la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos
(OCDE) del comportamiento de la economía mexicana que el resto no tenemos
claro. No hay otra manera de validar el único pronóstico de una institución
financiera de ese tamaño que anticipa para este año un crecimiento cercano a
4%.
Esto
es algo completamente absurdo si nos atenemos a lo que está pasando con los
indicadores económicos de coyuntura nacionales (tipo de cambio, precio del
petróleo y peso); pero, sobre todo, con las economías a nivel internacional.
Apenas
hace un par de días el Banco Mundial (BM) acaba de revisar a la baja su
estimación de crecimiento del Producto Interno Bruto mexicano de 3.5 a 3.3%,
una disminución que acompaña a una expectativa menos optimista del crecimiento
mundial. El BM ya no cree más que el mundo pueda crecer 3.4%, ahora se ubica en
3% el pronóstico de ese organismo internacional.
El
pesimismo recae con más fuerza sobre todo en las economías de Europa y de
Japón, que no logran un despegue económico, a diferencia de Estados Unidos,
donde el pronóstico alcanza 3.2%, que es un muy buen dato para una economía de
ese tamaño. De hecho, Europa y Japón ahora harán lo que Estados Unidos al
principio de la crisis en 2008: inundarán el mercado de euros y yenes,
respectivamente.
Y
en ese escenario, la OCDE y su secretario general, José Ángel Gurría, dejan ver
ese amor que le tienen a México con un pronóstico de 3.9%, recargado en el
efecto positivo que esperan ver de las reformas estructurales.
Desde
la OCDE ven como ventaja tener garantizados los ingresos petroleros vía las
coberturas contratadas para este año. Sin embargo, esa optimista visión implica
la implementación a plenitud de los cambios estructurales logrados y a la
implementación de una segunda ola de reformas que toquen aspectos de aplicación
de las leyes y búsqueda de un estado de derecho.
Pero,
esto significa que debemos revisar el pronóstico del PIB de México a la baja,
sin duda.
Ustedes
me dirán que es muy pronto para dar ese paso. La Secretaría de Hacienda
proyectó que el crecimiento del PIB quedaría en un rango de 3.2 a 4.2% en el
2015. Es apenas la mitad de enero y ya tenemos motivos suficientes para
cuestionar el optimismo del pronóstico oficial.
Posterior
al anuncio de la OCDE, que preside José Ángel Gurría, la Directora de Análisis
del Grupo Base del Tecnológico de Monterrey, Gabriela Siller, lanzó un
pronóstico que está muy por debajo del hecho por Hacienda: El PIB no crecerá
arriba de 2.3%. De hecho, podría quedar en una cifra tan baja como 1.8 %.
Los
factores que justifican su pronóstico son el bajo precio del petróleo; la
volatilidad del tipo de cambio y el alza en las tasas de interés que
implementará la FED, a la que seguirá el Banxico.
No
es que seamos demasiado pesimistas, pero no tenemos otra alternativa que ser
cautelosos. No obstante, ¿Qué tenemos en el otro lado de la balanza para
compensar las tendencias negativas?
Hay
una alta probabilidad de que haya un aumento de las exportaciones, impulsado
por la depreciación del tipo de cambio. Existe también la posibilidad de que
haya un incremento de la inversión extranjera, vinculado a la apertura del
sector energético y a las oportunidades en infraestructura.
Cuando
se trata de ponderar los diferentes factores, es importante destacar el papel
que juega la incertidumbre. No sabemos cuándo tocará fondo el precio del
petróleo ni tampoco cuánto tiempo más durará la fluctuación de las monedas
internacionales (dólar, euro y yen). Lo único cierto es que ambas variables se
cocinan a escala global y México tiene poca capacidad de influir en ellas. Eso
no impide que tengan un enorme impacto en el desempeño económico de nuestro
país.
El
precio del petróleo afectará más allá de que se tengan coberturas para
garantizar los ingresos públicos del gobierno federal, sobre una base de 79
dólares el barril. Afectará porque traerá incertidumbre a los ingresos de
estados y municipios, responsables del ejercicio de 4 de cada 10 pesos del
gasto público. También restará atractivo a los procesos de licitación de campos
petroleros y, además, porque hará necesario un recorte al presupuesto de Pemex,
como anticipó la SHCP. Pemex es la mayor empresa de México. Una variación de su
gasto de inversión tiene un fuerte efecto sobre la economía.
La
volatilidad del tipo de cambio genera incertidumbre en los consumidores y los
inversionistas. Entre más tiempo dure esta incertidumbre, más profundos serán
los efectos en la inversión y el consumo.
No
hay manera de validar el único pronóstico “optimista” que anticipa para este
año un crecimiento cercano a 4% para nuestro país. Algo debe saber la
Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) del
comportamiento de la economía mexicana que el resto no tenemos claro.
Ser optimista implica
pensar que el petróleo detendrá su caída y mostrará cierta recuperación. Quiere
decir también tener fe en que la guerra o danza de las divisas (yenes, euros y
dólares) se detendrá pronto. Y que los ingresos fiscales del gobierno no se
verán afectados. ¿Usted se considera optimista?
Leonardo Alvarez
@leon_alvarez
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