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miércoles, 23 de febrero de 2011

Los dichos del secretario de hacienda

¿Se ha preguntado usted porque discrepamos de las cifras y de los posicionamientos del gobierno respecto a la mejora de nuestra economía?

Por qué a pesar de que se anuncia que el PIB creció 5.5% en 2010, y que con cifras del IMSS recuperamos 738 mil empleos, no creemos en la mejoría que estadísticamente es evidente para nuestras autoridades.

La respuesta tiene que ver con percepciones. Ellos hablan de una realidad macroeconómica, que considera la economía en su conjunto; y los ciudadanos de pequeñas realidades particulares. Me explico.

La evidencia estadística no necesariamente refleja la realidad concreta de lo que vemos, oímos y percibimos en nuestro pequeño mundo particular. Las cifras macroeconómicas si bien despuntaron, crecieron y rompieron una tendencia negativa a la baja durante el cuarto trimestre de 2010, no significa que hayamos superado todos los problemas para todos y cada uno de los ciudadanos. Existen otros indicadores que aún no se restablecen del todo.

La tasa de desocupación se mantiene alta y la inflación superó la meta esperada por Banco de México. Es decir, la tasa de desocupación se mantiene en promedio de 5.5% y la inflación cerró el año en 4.4%. Esto significa que a pesar del incremento en los empleos no todos son de calidad y de largo plazo; y combinando este dato con el incremento de precios, nos ubica en una pérdida objetiva en la capacidad de compra.

Por citar un ejemplo, entre diciembre de 2005 y diciembre de 2010, la inflación acumulada es de 22.5%, mientras que el cargo fijo por mes por electricidad aumentó en 32%; y la cuota por kilowatt (kWH) aumentó 36%.


Otro dato importante: Durante el periodo comprendido entre diciembre 2007 y diciembre de 2010, la variación acumulada de la inflación es de 14.6%, mientras que el precio de la tortilla lo ha hecho en un 19%.


Esto demuestra que las realidades particulares de cada persona son diferentes a las realidades que en su conjunto registra la macroeconomía. Esto es normal y sucede en todas partes.

Y esto viene a colación por el multicitado comentario del Secretario de Hacienda, Ernesto Cordero, en el que supuestamente argumentó que con 6 mil pesos, a una familia de ingreso promedio le alcanzaba para pagar su coche nuevo, la hipoteca y hasta para enviar a los niños a una escuela de paga. Todo esto sin considerar los gastos básicos de alimentación, vestido o transporte. Es claro que se trató de un dislate periodístico del secretario, ampliado por la prensa sensacionalista y los opositores a Calderón, obviamente.

En realidad, el secretario fue víctima de escarnio y burla pública pero de un comentario que seguramente fue mal interpretado y maximizado por la esquizofrenia colectiva y la crítica editorial. Le sucedió exactamente lo que Joaquín López Dóriga con el famoso blooper conocido en la red como “Juayderito”.

El asunto medular es que la percepción de la ciudadanía no es la misma que la del gobierno, en particular por el estancamiento del desempleo y el aumento de precios en algunos productos clave y muy sensibles a la demanda de familias de bajos recursos. Esto no concuerda con las cifras macroeconómicas que registran el cambio promedio de 83 mil 500 productos que forman el Índice Nacional de Precios y Cotizaciones (INPC).

Al respecto, es innegable que el control inflacionario ha sido una de las políticas más exitosas de nuestro país en los últimos 15 años; sin duda, no queremos volver a experimentar los índices de inflación que vivimos en los ochentas y noventas. Sin embargo, la evidencia estadística demuestra que existen algunos productos y servicios como lo es la energía eléctrica, los combustibles, la tortilla o la leche; que a lo largo del tiempo han incrementado su costo más que el promedio general. Y esa es una realidad particular de un buen número de mexicanos de escasos recursos.

Leonardo Alvarez
@leon_alvarez

domingo, 5 de diciembre de 2010

La discriminación y los discapacitados.

A pesar de los avances registrados recientemente, México sigue contando con niveles de pobreza y desigualdad mayores a los que corresponden a un país con su nivel de desarrollo.

Una de las explicaciones de éstos fenómenos históricos, es la discriminación, entendida como la situación en la que, por prejuicios, a una persona o grupo de personas se les da un trato desfavorable, generalmente por pertenecer a una categoría social específica.

Paradójicamente, la discriminación como determinante de la pobreza y la desigualdad es un tema muy poco explorado. En este contexto, el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación y la Secretaría de Desarrollo Social realizó coordinadamente desde 2005, la Encuesta Nacional sobre Discriminación en México.

En promedio, 9 de cada 10…. mujeres, discapacitados, indígenas, homosexuales, adultos mayores y pertenecientes a minorías religiosas, opina que existe discriminación por su condición.

Prácticamente, una de cada tres personas (30%) pertenecientes a estos grupos dice haber sufrido discriminación. Y el mismo porcentaje (30%) ha sido víctima de exclusión en el trabajo.

En la misma encuesta, los mexicanos perciben y reconocen que, por un lado, se observa consideración por los adultos mayores, los discapacitados, los enfermos de SIDA, e incluso por los indígenas. No obstante, se percibe menor consideración por los extranjeros, los no católicos, los homosexuales y las personas con ideas políticas distintas.

En general, todas las minorías se sienten discriminadas, pero, los dos grupos que se perciben como más discriminados son los discapacitados y los homosexuales. Algo verdaderamente inadmisible en este siglo XXI.

El punto clave del asunto es que la discriminación tiene implicaciones para el bienestar de las personas. Baste con señalar que el acceso no igualitario al mercado laboral tiene efectos sobre el ingreso y el bienestar. Es algo que hoy también es inadmisible en nuestra sociedad.

Para minimizar los efectos de la discriminación existen varios ámbitos de intervención:

Por un lado está la cuestión legal, en la cual, tenemos mucho avance, pero, podemos mejorar sustancialmente: me refiero al marco jurídico (Ley contra la Discriminación, Ley Federal del trabajo, etc.); y revisión y adecuación de programas sociales, el sistema educativo, entre otros aspectos.

Por otra parte, donde tenemos un grave atraso respecto a otros países y sociedades más tolerantes, es en garantizar la no exclusión, con mecanismos para reducir la discriminación en el mercado laboral y con la concientización y cambio cultural en la familia. Es en este aspecto nuestro enorme y más grande reto.

Por ejemplo, en el tema de la discriminación a personas con capacidades diferentes, el mexicano promedio considera, en la misma encuesta, los siguientes aspectos:

•24% acepta que los discapacitados son los que sufren más por su condición.
•22% acepta que son los discapacitados a quienes les sería más difícil conseguir un trabajo.
•65% dice respetar siempre los lugares asignados para discapacitados. (Será cierto??).

Sin embargo, el mexicano promedio sí discrimina a los discapacitados por su condición:

•41% opina que las personas con discapacidad no trabajan tan bien como las demás.
•1 de cada 3, está de acuerdo en que en las escuelas donde hay muchos niños con discapacidad, la calidad de la enseñanza disminuye.
•42% de los mexicanos está de acuerdo en que dadas las dificultades de empleo que hay actualmente en México, sería preferible dar trabajo a las personas sin discapacidad que a los discapacitados.

No cabe duda que hemos avanzado mucho en el marco legal que atiende cuestiones sobre la discriminación a personas con discapacidad y otros grupos minoritarios; sin embargo, los números y la evidencia cotidiana nos demuestra que el mexicano promedio sí discrimina a los discapacitados por su condición.


Leonardo Alvarez
@leon_alvarez